Por el profesor Fernando Valdés, Departamento de prehistoria y arqueología - facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Autónomo de Madrid
Era preciso, para justificar que Badajoz ya existía cuando lo fundó Ibn Marwan, encontrar la prueba. De la alcazaba procedía un buen lote de piezas escultóricas de época visigoda –siglos VI-VII d.C.- y, sin más, se consideró, todo muy adobado con argumentos sesudos, que había una basílica. O sea, cristianos. Los árabes perdían así protagonismo en el proceso histórico de creación de la ciudad. Lo malo de la teoría no es que fuera la aceptada hasta hace poco, sino que ha vuelto a estar vigente. Y paradójicamente, o quizás no sea tan extraño, está jugando un papel en la polémica del edificio de Biblioteconomía.
Cuando se excavaron, durante las obras de rehabilitación del antiguo hospital militar de Badajoz, los restos arqueológicos que ahora pueden contemplarse allí -¿cuándo va a concluirse el proceso de musealización?-, todo el mundo se alegró –los arquitectos, la empresa concesionaria y la consejería de Educación, no-. Una de las primeras en conocerlos fue la Asociación de Amigos de Badajoz. Hicieron un par de visitas oficiales y alguna otra extraoficial –hay vídeo que lo atestigua-. Todo eran parabienes. ¡Qué bueno, qué listo, qué diligente era el arqueólogo descubridor!
Pero pasó el tiempo. Las cosas se agriaron, por una cuestión de quítame allá una “almossasa”, y, además, el susodicho técnico se puso al lado de los conservacionistas en el asunto del “cubo”. Vaya por Dios. Otro traidor más al Badajoz unidad de destino en lo universal. Era de esperar. No es de aquí. No quiere a esta ciudad como nosotros.
Y, entonces, como en la polémica por la vuelta del edificio a su estado anterior a la rehabilitación los hallazgos arqueológicos juegan un papel fundamental, porque, si se ejecutase la sentencia, habría, literalmente, que taparlos, se acabó. Los restos carecen de importancia, son un camelo. Una invención de un arqueólogo aprovechado. Se buscó un técnico agradecido, que, por cierto, estuvo como alumno de quien esto escribe en las excavaciones de la alcazaba, aunque no lo confesase. Él no veía allí nada de lo dicho por este servidor. No es un problema personal. Es, otra vez, el revisionismo. Cuando nos damos cuenta del alcance de los restos, de que suponen la presencia árabe e islámica antes de cualquier otra, freno y marcha atrás. Hay que denigrar, también por otros motivos, pero, sobre todo, para hacer cumplir nuestra concepción de la Historia. Esa tan anticuada, tan casposa.
Cuando se excavaron, durante las obras de rehabilitación del antiguo hospital militar de Badajoz, los restos arqueológicos que ahora pueden contemplarse allí -¿cuándo va a concluirse el proceso de musealización?-, todo el mundo se alegró –los arquitectos, la empresa concesionaria y la consejería de Educación, no-. Una de las primeras en conocerlos fue la Asociación de Amigos de Badajoz. Hicieron un par de visitas oficiales y alguna otra extraoficial –hay vídeo que lo atestigua-. Todo eran parabienes. ¡Qué bueno, qué listo, qué diligente era el arqueólogo descubridor!
Pero pasó el tiempo. Las cosas se agriaron, por una cuestión de quítame allá una “almossasa”, y, además, el susodicho técnico se puso al lado de los conservacionistas en el asunto del “cubo”. Vaya por Dios. Otro traidor más al Badajoz unidad de destino en lo universal. Era de esperar. No es de aquí. No quiere a esta ciudad como nosotros.
Y, entonces, como en la polémica por la vuelta del edificio a su estado anterior a la rehabilitación los hallazgos arqueológicos juegan un papel fundamental, porque, si se ejecutase la sentencia, habría, literalmente, que taparlos, se acabó. Los restos carecen de importancia, son un camelo. Una invención de un arqueólogo aprovechado. Se buscó un técnico agradecido, que, por cierto, estuvo como alumno de quien esto escribe en las excavaciones de la alcazaba, aunque no lo confesase. Él no veía allí nada de lo dicho por este servidor. No es un problema personal. Es, otra vez, el revisionismo. Cuando nos damos cuenta del alcance de los restos, de que suponen la presencia árabe e islámica antes de cualquier otra, freno y marcha atrás. Hay que denigrar, también por otros motivos, pero, sobre todo, para hacer cumplir nuestra concepción de la Historia. Esa tan anticuada, tan casposa.
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