martes, 24 de agosto de 2010

Historias III

Badajoz 19 / 07/2010 -
Por el profesor Fernando Valdés, Departamento de prehistoria y arqueología - facultad de Filosofia y Letras de la Universidad Autónomo de Madrid
Es difícil que pueda aceptarse, después de setenta años de investigaciones, que al-Andalus, la zona islámica de la Península Ibérica, fuese una sociedad de lengua latina, conversa sólo en parte, y apenas arabizada en su superestructura política. Ni hablar de eso. Esa era la hipótesis de los historiadores nacionalistas, que no podían concebir, ni los conocimientos que poseían del mundo islámico los europeos de entonces contribuían a cambiarla, el enorme desarrollo económico, político y cultural adquirido por el Islam, no como religión - que también - sino como civilización. Y en España, y Portugal, eso no debe olvidarse, la lucha contra ese movimiento fue la razón de ser de su nacimiento como naciones. Y más de Portugal que de España, surgida como estado mucho después de la Edad Media. Es curioso comprobar la obsesión de muchos escritores intentando buscarle antecedentes romanos, y por lo tanto cristianos, a ciudades notoriamente fundadas por los árabes. Un caso conocido es Madrid. Se llegó a buscar una falsa raíz al nombre de la ciudad, aunque el autor de la teoría obrase de buena fe. Y con Badajoz tres cuartos de lo mismo.
Su fundador nunca fue aceptado como árabe, aunque de hecho lo fuese. La mayoría de los árabes no lo son por procedencia, sino por lengua y cultura. Y este es uno de esos casos. El famosísimo Ibn Jafsún, rebelde contra Córdoba -siglos IX-X- en la serranía de Ronda fue glorificado por los historiadores españoles porque habría renegado del Islam. Ibn Marwán no tuvo ese tratamiento, porque nunca estuvo tan claro, siempre para los mismos, que cambiase de nada. Alguno apuntó la extravagancia de ser el creador de una nueva religión. La popularidad de que ahora goza aquí puede deberse a diversos factores. No todos internos. Precisamos de una historia propia. Y eso es muy positivo, nos hace más cultos, pero el personaje empieza a capitalizarse, con intenciones aviesas. Se subrayan los aspectos que lo entroncan con la tradición "hispánica" e, incluso, los inocentes autores de las últimas almossasas, han comenzado a darle una aureola de rebelde que le cuadra a medias. Era más político y defendía intereses de clase muy acentuados. Lo que fundó en lo más alto de esta ciudad era un núcleo de poder local, musulmán y fiel a los omeyas de Córdoba, aunque, esto último a regañadientes. Traidor no fue. Termino el lunes.

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