lunes, 22 de noviembre de 2010

Reyes

Badajoz , 22/11/201-profesor Fernando Valdés
Ustedes saben, seguramente, que durante el siglo XI Badajoz fue cabeza de un reino importante. Uno de los llamados “taifas” o banderías, que se repartieron el territorio de al-Andalus cuando el poderoso califato omeya se hundió víctima de sus contradicciones internas. Esos pequeños estados se crearon casi por casualidad. Como en Córdoba nadie podía mantener de forma perdurable el poder de la antigua dinastía, los gobernadores de las principales provincias se vieron súbitamente libres y abandonados a su propio arbitrio. Entonces se hicieron independientes. Al principio, con disimulo; luego, sin ocultarlo. Fundaron sendas dinastías y se atrevieron a usurpar una autoridad que, lo sabían perfectamente, no les correspondía. Pero nadie, ni siquiera los grupos legitimistas, fueron capaces de arrebatársela. Se hicieron inmensamente ricos y algunos de ellos pasaron a la historia por su cultura y su refinamiento. Construyeron palacios espléndidos y atrajeron a los intelectuales más famosos, siempre dispuestos a vender su pluma a quienes, en su fuero interno, despreciaban. Aquellos monarcas, el de Bataliús entre ellos, se dedicaron a luchar para apoderarse del territorio de sus vecinos y su historia, de casi un siglo, es una enrevesada serie de rencillas. Con quienes no podían era con los principados del norte, que eran cristianos y mucho más bárbaros, pero que comenzaban a levantar cabeza después de años y años de sumisión. Los taifas cambiaban su seguridad por dinero y los “protectores lo empleaban en construir iglesias. El románico se pagó con los tributos del sur.
Todo esto duró hasta que el sistema se desequilibró. Los almorávides, beréberes radicales, crearon un estado poderoso en los actuales Marruecos y Argelia. Se hicieron con la ruta del oro, que venía del Níger. Y, entonces, los reyes de taifas dejaron de acuñar dinares, no pudieron pagar la protección de leoneses, navarros, aragoneses y catalanes y, cuando estos reclamaron las anualidades, llamaron en su ayuda a sus intransigentes vecinos magrebíes. Fue su fin. Dicen que al-Mutamid, rey de Sevilla dijo aquello de: “Prefiero ser camellero en África, que porquero en Castilla”. Lo consiguió. Algunos ni lo uno, ni lo otro. Al de Badajoz, Umar al-Mutawakkil, los leoneses no lo ayudaron y los almorávides lo ejecutaron. Así acabó el renacimiento taifa y, con él, la dinastía de los aftasíes. Entre otras. Vamos, otra crisis.

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