Badajoz 6/05/2013 Por el profesor Fernando Valdés
foto Alberto Cordero
La investigación histórica, por mucho que a veces parezca repetitiva, produce en ocasiones, si no novedades deslumbrantes, hallazgos inesperados, que, además de la información que aportan a la hora de iluminar sucesos concretos, abren nuevas puertas y permiten iniciar sendas inesperadas.
Es sabido que la discusión acerca del significado del término “Badajoz” ha dado lugar a muchas opiniones y a una larga discusión histórica, no sólo sobre su origen, sino sobre la posibilidad de que designara a una población romana anterior a la árabe.
En la actualidad todos los autores parecen estar de acuerdo –gracias sean dadas al maestro Ramón Menéndez-Pidal- en que el término árabe “Batalyaws” se limitó a transcribir otro prerromano y en que no es la corrupción del latino “Pax Augusta”, usado por primera vez en 1490, para explicarlo, por el cortesano Elio Antonio de Nebrija.
Eso ya lo he contado no hace mucho. Está claro que esa ciudad latina no existió nunca y que su nombre parece haber sido una mezcla llevada a cabo por el greco-latino Estrabón, quien combinó “Pax Iulia” (= Beja), con “Emerita Augusta” (= Mérida).
Pues bien, resulta que no fue un humanista castellano del Renacimiento quien primero igualó a Badajoz con la inexistente población romana. ¡Quién iba a decirlo! El primero en hacerlo fue, ni más ni menos, que el más importante de los geógrafos árabes, Abu-l-Fidá b. Ayyub, sobrino nieto del gran sultán Saladino, el reconquistador de Jerusalén.
Aquél era príncipe, acabó sus días como gobernador de Hama (1331) y escribió una importantísima obra geográfica. ¿Cómo se le ocurrió a tan eminente autor, que nunca pisó al-Andalus, fijarse en Batalyaws y dar como correcta una identificación que, hoy, sabemos es inexacta? No tengo respuesta.
Debió llegarle algún libro, quizás del propio Estrabón, y él estableció la identificación o, con más certeza, de algún colega árabe que, sin que sepamos su nombre, ya la había dado por buena.
Vamos, un científico árabe se adelantó al humanista castellano. Acaso uno y otro consultaron la misma obra. No hay como publicar un libro para que, pasado el tiempo, lo acaben citando moros y cristianos. ¡Anímense, que cualquier año pueden presentarlo en la Feria!